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Monasterio de Piedra: Ocho siglos de historia entre ríos y cascadas

Por Redacción

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Un legado milenario en el corazón de Aragón

El Monasterio de Piedra, enclavado en un paraje natural único de Nuévalos, Zaragoza, es uno de los tesoros histórico-naturales más singulares de España. Fundado en 1194 por trece monjes cistercienses procedentes del Monasterio de Poblet, este enclave combina la espiritualidad del arte románico y gótico con la imponente fuerza de la naturaleza.

Construido sobre las ruinas del antiguo castillo musulmán de Piedra Vieja, el monasterio fue concebido como un refugio de contemplación y trabajo. Su comunidad creció a lo largo de los siglos, generando riqueza espiritual y económica gracias a la agricultura, la ganadería y el control del agua del cercano río Piedra.

Durante más de 600 años, el Monasterio fue un centro religioso y cultural de referencia. No obstante, la Desamortización de Mendizábal en 1835 supuso el fin de la vida monástica. Como muchos bienes eclesiásticos de la época, fue vendido a manos privadas, marcando el inicio de una nueva etapa.

Del abandono al renacer turístico

En 1840, el empresario catalán Pablo Muntadas Campeny adquirió el recinto. Su hijo, Juan Federico Muntadas, vio en el monasterio y su entorno un potencial insólito: un lugar donde la espiritualidad, la historia y la belleza natural pudieran converger en una experiencia para el visitante.

Así, en 1860, comenzó la restauración de los edificios monásticos y la creación de senderos, jardines, puentes y lagos artificiales para canalizar el río Piedra. Uno de sus logros más notables fue la creación de la primera piscifactoría de España en 1867, contribuyendo a la introducción de la trucha en otros ríos del país.

Muntadas también tuvo visión turística: convirtió las antiguas celdas en una hospedería para viajeros, pionera en su tiempo, y desarrolló actividades educativas, como un museo del vino y otro dedicado al chocolate, este último en homenaje al papel que jugó el monasterio en la llegada del cacao a Europa.

Un paraíso natural con alma de piedra

El parque natural del Monasterio de Piedra abarca más de 50 hectáreas de vegetación exuberante, grutas, saltos de agua y lagos. La joya indiscutible del recorrido es la Cascada Cola de Caballo, con 90 metros de altura, que cae en una gruta subterránea conocida como la Gruta Iris, creando un efecto visual hipnótico.

A lo largo del camino se suceden otras maravillas naturales como el Lago del Espejo, la Cascada Trinidad y los Baños de Diana, que complementan la experiencia del visitante con espacios de calma, reflexión y belleza inusitada.

Gracias a su biodiversidad y cuidado paisajístico, el enclave es también un espacio protegido que acoge decenas de especies de aves, peces y flora autóctona.

Daños históricos y reapertura esperada

El año 2024 trajo consigo uno de los desafíos más importantes en la historia reciente del parque. En septiembre y octubre, lluvias torrenciales y el desbordamiento del río Piedra dañaron gravemente varias infraestructuras: pasarelas, puentes, barandillas y caminos fueron arrasados por un caudal que alcanzó los 60 m³/s.

El Monasterio se vio obligado a cerrar el acceso al parque natural durante casi cinco meses, afectando también a su actividad hotelera y a las visitas guiadas. El impacto económico fue notable, tanto para el complejo como para la comarca de Calatayud, que depende del turismo como fuente de ingresos.

Afortunadamente, gracias a una intensa labor de restauración y apoyo institucional, el parque reabrió sus puertas el 22 de marzo de 2025, justo antes de Semana Santa. El regreso de los visitantes no se hizo esperar: más de 30.000 personas lo recorrieron en el primer mes de reapertura.

Hoy en día, el Monasterio de Piedra es mucho más que un monumento o un parque. Es un ejemplo de reutilización patrimonial exitosa, un modelo de turismo cultural y natural sostenible, y un símbolo de resiliencia. Con una afluencia anual de alrededor de 300.000 visitantes, representa uno de los polos turísticos más importantes del interior peninsular.

Además, la dirección del recinto ha anunciado una nueva línea de visitas temáticas, restauraciones arquitectónicas adicionales y programas educativos para escolares, con el objetivo de acercar la historia monástica y el valor ecológico del entorno a las nuevas generaciones.

Ocho siglos después de su fundación, el Monasterio de Piedra sigue siendo un espacio de recogimiento, belleza y transformación. Ya sea bajo la sombra de sus muros centenarios o frente al rugido de sus cascadas, este lugar continúa inspirando asombro, como lo hizo con los primeros monjes cistercienses que lo habitaron.

Un destino que no solo se visita: se vive, se escucha y se recuerda.