Cada invierno, cuando Nueva York comienza a vestirse de luces y el frío dibuja su aliento en las avenidas, un ritual inmutable anuncia la llegada oficial de la Navidad: el encendido del árbol del Rockefeller Center. No es solo un abeto monumental ni una ceremonia televisada a millones de hogares en todo el mundo. Es un símbolo cultural, emocional y estético que encarna el espíritu de la ciudad y la promesa universal de la Navidad.
Un origen humilde en tiempos difíciles
La historia del árbol del Rockefeller Center se remonta a 1931, en plena Gran Depresión. Aquel primer árbol no fue un despliegue de lujo, sino un gesto sencillo y profundamente humano. Fueron los propios obreros que construían el complejo Rockefeller quienes colocaron un pequeño abeto de unos seis metros, decorado con guirnaldas artesanales y latas, como símbolo de esperanza en un momento de incertidumbre económica. Dos años después, en 1933, se celebró oficialmente el primer encendido público, coincidiendo con la apertura del Rockefeller Center como conjunto arquitectónico.
Desde entonces, el árbol se convirtió en una tradición anual que ha sobrevivido a crisis económicas, guerras mundiales y transformaciones sociales, creciendo en tamaño, sofisticación y significado.
El nacimiento de un icono global
A partir de la década de 1940, el árbol del Rockefeller Center trascendió el ámbito local para convertirse en un emblema internacional. La retransmisión radiofónica primero, y televisiva después, llevó su imagen a millones de personas, consolidándolo como uno de los grandes símbolos navideños del planeta. Películas, anuncios, portadas de revistas y series de televisión han reforzado su estatus icónico, asociándolo para siempre con la elegancia clásica de Nueva York y su espíritu cosmopolita.
Cada árbol es cuidadosamente seleccionado, generalmente un abeto noruego que supera los 20 metros de altura y puede alcanzar más de 80 años de antigüedad. Procede casi siempre de pequeñas localidades del noreste de Estados Unidos, donado por familias que ven en ese gesto un honor irrepetible.
Luz, diseño y excelencia
La decoración del árbol es una obra de ingeniería y diseño. Desde 1951 se ilumina con miles de luces, y desde 2018 estas son de tecnología LED, un guiño a la sostenibilidad sin renunciar al esplendor. La estrella que corona el árbol es, en sí misma, una joya contemporánea: desde 2018 luce una estrella diseñada por Daniel Libeskind, compuesta por más de tres millones de cristales Swarovski, que refleja la luz como si flotara sobre Manhattan.
El encendido, celebrado a finales de noviembre o principios de diciembre, es un evento de alto perfil que combina música, celebridades y tradición, pero mantiene una solemnidad elegante que lo distingue de otros espectáculos navideños.
Un legado que se renueva cada año
Más allá del espectáculo, el árbol del Rockefeller Center representa continuidad. Tras las fiestas, la madera del árbol se dona a organizaciones benéficas, como Habitat for Humanity, para la construcción de viviendas sociales. Así, el símbolo de la Navidad no se apaga al desmontarse, sino que se transforma en legado tangible.
Hoy, casi un siglo después de aquel primer abeto improvisado, el árbol del Rockefeller Center sigue siendo un faro emocional. En una ciudad que nunca duerme, este árbol recuerda, año tras año, que incluso en el corazón del lujo, la arquitectura y el poder financiero, hay espacio para la tradición, la belleza y la esperanza compartida.
Porque más que un árbol, es un ritual. Y más que una tradición neoyorquina, es una postal eterna de la Navidad en el mundo.
