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El NO-DO: Crónica de un país en blanco y negro

Por Redacción

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Durante casi cuarenta años, antes de que empezara la película, el telón se abría en los cines españoles para dar paso al NO-DO. Aquellos noticiarios de pocos minutos de duración se convirtieron en una tradición audiovisual que acompañó a varias generaciones y dejó una profunda huella en la memoria colectiva del país.

El Noticiario y Documentales Cinematográficos, más conocido como NO-DO, fue mucho más que una herramienta propagandística del régimen franquista. En una España donde la televisión llegaba a cuentagotas y la prensa escrita era limitada, el NO-DO se convirtió en una ventana al exterior, una fuente de cultura, curiosidad y asombro. A través de sus imágenes, los ciudadanos veían por primera vez la nieve en los Alpes, el aterrizaje del hombre en la Luna, o las sonrisas de turistas suecas en la Costa del Sol.

Un invento de inspiración europea

El NO-DO nació en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, inspirado en los noticiarios alemanes e italianos. Su misión era doble: por un lado, centralizar todas las noticias cinematográficas del país para controlar el mensaje político; por otro, acercar al pueblo escenas de actualidad, ciencia, deporte y cultura que, de otro modo, habrían sido inaccesibles para millones de españoles.

Obligatorio en los cines hasta 1976 y activo hasta 1981, el NO-DO fue el único noticiario que se veía en movimiento, con música, narración e imágenes impactantes. No había televisión en los hogares hasta bien entrados los años 60, por lo que muchas personas veían en el NO-DO su único contacto visual con el mundo exterior. De alguna forma, era su Google, su Netflix y su informativo del mediodía, todo en uno.

Más que propaganda: un testigo de la modernidad

Es cierto que el NO-DO tenía un marcado carácter oficialista. Las imágenes de Franco inaugurando pantanos o de ministros en desfiles formaban parte habitual del metraje. Pero esa no fue su única función. El NO-DO también se preocupó de mostrar avances técnicos, exposiciones internacionales, descubrimientos arqueológicos, eventos deportivos y celebraciones populares.

Y esa fue una de sus grandes virtudes: acercar la modernidad a una sociedad que salía de una guerra, empobrecida, rural y poco conectada. A través del NO-DO, muchas personas vieron por primera vez un tren de alta velocidad, un coche eléctrico o un cohete espacial. Conocieron otras culturas, se asomaron a los Juegos Olímpicos, aprendieron el nombre de países lejanos. Para muchos niños, fue una escuela visual que complementó la enseñanza de las aulas.

Además, el NO-DO mostró durante décadas la diversidad geográfica, cultural y folclórica de España: fiestas patronales, trajes típicos, tradiciones ancestrales, arquitectura singular. Fue una enciclopedia en imágenes del país, y también un escaparate para el turismo que empezaba a llegar.

El poder de la narración y la emoción colectiva

Uno de los elementos más icónicos del NO-DO fue su narrador con voz profunda y solemne, que convertía en épico incluso un concurso de pesca en Cuenca. Su estilo, mezcla de pomposidad y entusiasmo, marcó una época. La combinación de imágenes, música orquestal y guion cuidadosamente elaborado generaba una experiencia casi litúrgica.

Ir al cine era entonces un acontecimiento social, y el NO-DO se integraba en esa ceremonia como una pieza fija del ritual colectivo. Muchos espectadores esperaban ciertos reportajes con expectación: la visita de un artista de Hollywood, una victoria del Real Madrid, la coronación de una reina europea. Y si el reportaje era más aburrido, también formaba parte del encanto de la sesión.

La huella que dejó: archivo, memoria y legado

Hoy, el NO-DO es un valioso archivo histórico. Gracias a la digitalización de sus fondos, más de 4.000 noticiarios están disponibles para el público. Investigadores, periodistas y curiosos acceden a este material para estudiar la evolución de la sociedad, el lenguaje visual, las modas o los cambios en el paisaje urbano.

En un tiempo donde no existía lo inmediato ni lo viral, el NO-DO nos recuerda el poder de la imagen pausada y reflexiva, del relato cuidado, de la narración como puente entre el Estado y sus ciudadanos. Con sus limitaciones —que las tuvo— y sus sesgos —evidentes—, también aportó conocimiento, despertó curiosidad y conectó a un país con el mundo.

Incluso su estética ha dejado huella. La expresión “esto parece del NO-DO” se usa todavía hoy para describir situaciones anacrónicas o exageradas, lo que confirma su papel como referente cultural.

Una mirada sin rencor y con agradecimiento crítico

Mirar hoy al NO-DO con distancia permite hacer una lectura matizada. No se trata de idealizar un instrumento creado con fines propagandísticos, pero sí de reconocer que, en su contexto, cumplió un papel educativo y cohesionador. Fue cine, fue noticia, fue entretenimiento y, sobre todo, fue historia viva.

Por eso, hablar del NO-DO no es solo hablar de política, sino de cómo la imagen puede servir para unir, emocionar y construir identidad colectiva. En sus breves minutos semanales, condensaba el relato de un país que, entre sombras y luces, avanzaba hacia el futuro con los ojos bien abiertos.