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El Panot, un icono cultural

Por Redacción

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Un símbolo de identidad urbana

Barcelona es una ciudad que enamora a la vista: sus fachadas modernistas, sus parques ondulantes, sus avenidas majestuosas… y también sus aceras. Pocos elementos urbanos han conseguido convertirse en icono como el panot, esas baldosas de cemento hidráulico que, discretamente, visten el suelo de la ciudad condal. El más célebre de todos es el panot de flor, un sencillo diseño de cinco pétalos que ha llegado a representar la esencia misma de Barcelona.

Orígenes: la modernización de la ciudad

La historia del panot se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando Barcelona experimentaba una profunda transformación urbanística. El Plan Cerdà (1859) había trazado el Ensanche (Eixample), el barrio que debía descongestionar la ciudad medieval y proyectarla hacia la modernidad.

En esa época, las aceras eran irregulares y en ocasiones peligrosas. Cada propietario de vivienda pavimentaba el tramo de calle frente a su edificio con los materiales que podía costear, generando un caos visual y funcional. Para poner orden, en 1906, el Ayuntamiento de Barcelona lanzó un concurso para uniformizar el pavimento de las aceras. Se seleccionaron cinco diseños oficiales, y entre ellos surgió el que se convertiría en el más famoso: el panot de flor.

Aunque a menudo se atribuye su diseño a Josep Puig i Cadafalch, arquitecto modernista de renombre, estudios recientes apuntan a que el panot de flor era un patrón industrial ya existente y popularizado más por su sencillez y funcionalidad que por un creador individual.

Características técnicas

El panot tradicional está hecho de cemento hidráulico, un material revolucionario en su tiempo por su resistencia y facilidad de producción. De dimensiones estándar (20×20 cm) y acabado ligeramente rugoso para evitar resbalones, su diseño no solo aporta belleza, sino también funcionalidad. Además del modelo de flor, otros patrones como los de círculos concéntricos, cuadrículas y formas geométricas también adornan distintas zonas de la ciudad.

Lugares y edificios emblemáticos donde admirarlo

Paseo de Gracia y el legado modernista

Quizás el lugar más emblemático para ver panots de autor es el Paseo de Gracia (Passeig de Gràcia). Aquí, la baldosa que pisa el transeúnte no es la tradicional flor, sino un diseño exclusivo de Antoni Gaudí. Creado en 1904 para el interior de la Casa Batlló, el panot de Gaudí muestra formas marinas y se instaló posteriormente en el paseo, como homenaje al genio.

Barrio del Eixample

El Eixample, con sus manzanas cuadradas y esquinas recortadas, es el gran escaparate del panot de flor. Caminar por calles como Enric Granados, Aragó o València es casi como recorrer una galería de arte bajo los pies.

Plaza de Catalunya

El corazón de la ciudad, la Plaza de Catalunya, también está rodeado por aceras de panots. Aunque el tránsito peatonal y las reformas urbanas han sustituido algunas áreas, todavía se pueden encontrar rincones donde el diseño original persiste.

Barri de Gràcia

Más allá del Ensanche, el popular barrio de Gràcia también preserva parte del patrimonio de panots tradicionales. Sus calles más estrechas y su aire bohemio ofrecen una experiencia más íntima y auténtica.

El panot como icono cultural

Hoy en día, el panot de flor trasciende su función utilitaria. Es un símbolo cultural: aparece en souvenirs, camisetas, joyas e incluso en reinterpretaciones artísticas. Durante eventos como la Mercè o exposiciones de diseño, no es raro ver homenajes a esta baldosa que ha sido testigo mudo de la evolución de Barcelona.

Además, el Ayuntamiento protege el diseño como parte de su patrimonio urbano, asegurándose de que las renovaciones respeten la estética y la historia de la ciudad.

Un futuro que respeta sus raíces

Con las nuevas preocupaciones urbanas sobre sostenibilidad, accesibilidad y conservación patrimonial, el panot sigue adaptándose. Algunos proyectos han incorporado materiales reciclados o sistemas de drenaje sostenible sin renunciar al icónico diseño floral.

De este modo, el panot no es solo un vestigio del pasado modernista, sino también un elemento vivo, parte fundamental del alma barcelonesa que continúa acompañando a generaciones de ciudadanos y visitantes.