Lookxury

Ernest Hemingway, pasión por los Sanfermines

Por Redacción

|

Cuando el escritor estadounidense Ernest Hemingway llegó a Pamplona en 1923, lo hizo como un joven periodista en busca de experiencias. Lo que encontró fue una ciudad vibrante, una fiesta que desbordaba vida y una tradición taurina que marcaría profundamente su literatura y su biografía. Pamplona no solo le brindó una materia literaria de primer orden, sino también un escenario vital donde se tejieron amistades, se vivieron excesos y nacieron algunas de sus mejores páginas. Su amor por los Sanfermines se convirtió en una historia universal.

El primer encuentro con Pamplona

Hemingway llegó a Pamplona por primera vez con su esposa Hadley Richardson, invitado por amigos periodistas. El ambiente de la ciudad durante las fiestas de San Fermín —el encierro, las peñas, los toros y la mezcla de fervor popular y riesgo real— lo sedujo de inmediato. “Aquí hay vida, de la que se siente con los cinco sentidos”, diría.

Volvería casi todos los años durante la década de los 20, coincidiendo con el auge de su carrera literaria. El ambiente sanferminero inspiraría su primera gran novela, «The Sun Also Rises» («Fiesta», en español), publicada en 1926. Ambientada en Pamplona, la novela retrata a un grupo de expatriados americanos que encuentran en la ciudad una válvula de escape y redención a sus heridas de guerra y existenciales.

El mundo del toro: respeto y fascinación

Hemingway no era un mero espectador de la tauromaquia. La entendía, la estudiaba y la respetaba como un arte trágico. Para él, el toreo condensaba el valor, la estética y la verdad del enfrentamiento con la muerte. Su ensayo «Muerte en la tarde» (1932) es una de las obras más profundas jamás escritas sobre los toros, mezcla de tratado técnico y reflexión filosófica.

Mantuvo relaciones cercanas con algunos de los grandes toreros de la época. Fue amigo personal de Antonio Ordóñez, a quien consideraba el heredero del clasicismo y la pureza. Su rivalidad con Dominguín, más moderno y teatral, le sirvió a Hemingway de base para su último gran reportaje taurino: «El verano peligroso» (1960). En él, alterna crónica taurina y autobiografía mientras describe la gira española de ambos diestros en 1959.

Anécdotas y excesos

Las estancias de Hemingway en Pamplona eran conocidas por su intensidad. Alojado en el hotel La Perla, en la plaza del Castillo, frecuentaba el Café Iruña y el Bar Txoko. Las noches eran largas, regadas de vino navarro, conversación, baile y tabaco. Su grupo —los llamados “lost generation”— incluía escritores, artistas y aristócratas bohemios.

Una de las anécdotas más conocidas ocurrió en 1959, cuando un Hemingway ya mayor, con el Premio Nobel bajo el brazo, regresó a Pamplona y fue recibido como un héroe. Su figura, con barba blanca, camisa abierta y mirada intensa, se convirtió en símbolo del San Fermín moderno. Se dice que durante uno de esos viajes, vio un encierro desde un balcón con Ava Gardner y se bebió una botella entera de coñac antes de desayunar.

El legado en Pamplona

Hemingway visitó Pamplona por última vez en 1960. Un año después, en 1961, se quitó la vida en su casa de Ketchum, Idaho. Pero su espíritu permanece vivo en la ciudad: una escultura lo recuerda junto a la plaza de toros, su busto preside la fachada del Café Iruña y cada año, miles de turistas —especialmente estadounidenses— peregrinan a los lugares que él inmortalizó.

Más allá del escritor, Hemingway fue un puente entre culturas, entre la épica del toro y la literatura del siglo XX. Supo ver en los Sanfermines algo más que una fiesta: una celebración de la vida y la muerte, el riesgo, la camaradería y el instante irrepetible. Y gracias a él, el mundo entero descubrió Pamplona.