Un legado monumental en la tierra del Guadalquivir
A escasos kilómetros de Sevilla, en el municipio de Santiponce, duerme bajo el sol del sur una joya arqueológica que parece suspendida en el tiempo: Itálica, la primera ciudad romana fundada fuera de Italia. Este enclave no solo es cuna de emperadores como Trajano y Adriano, sino que también representa una síntesis majestuosa de la historia, la arquitectura y el urbanismo romano.
Fundada en el año 206 a.C. tras la batalla de Ilipa, Itálica fue el punto de partida de la romanización de Hispania y un símbolo de la ambición imperial que tejía puentes entre continentes. Hoy, más de dos mil años después, sus vestigios —anfiteatro, mosaicos, termas y domus— reclaman el lugar que les corresponde en el panteón del patrimonio mundial.
Un sueño en mármol y mosaico
Itálica no fue una ciudad cualquiera. Fue una ciudad pensada con grandeza, construida con visión de futuro. A mediados del siglo II, el emperador Adriano —nacido en esta tierra— transformó el núcleo original en una ciudad monumental. Mandó ampliar sus límites y embellecer sus calles con columnas corintias, patios columnados y pavimentos que todavía hoy relucen con mosaicos de escenas mitológicas.
El anfiteatro, con capacidad para 25.000 espectadores, rivalizaba con los de Roma o Cartago. Su estado de conservación es asombroso y sus proporciones hablan de una ciudad que aspiraba a la grandeza. Es un vestigio único que combina la fuerza del espectáculo con la lógica del urbanismo imperial.
Patrimonio vivo, memoria activa
Itálica ha logrado algo que pocos yacimientos arqueológicos pueden presumir: seguir viva en el imaginario cultural. No es solo un lugar para los arqueólogos, sino también para los soñadores, los artistas y los creadores. No en vano, ha sido escenario de producciones como Juego de Tronos, donde representó las ruinas de Pozo Dragón. Su imagen ha dado la vuelta al mundo, despertando el asombro de nuevas generaciones.
Más allá de la piedra y el polvo, Itálica respira arte. En sus visitas teatralizadas, en los conciertos que llenan de música sus ruinas, en los recorridos guiados que revelan secretos bajo cada columna, Itálica demuestra que el patrimonio no es cosa del pasado, sino una herramienta del presente.
Un camino hacia la UNESCO
La candidatura oficial de Itálica a la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO se formalizó en 2023 y será presentada ante el Comité en 2026. La propuesta ha sido impulsada por la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Santiponce, el Ministerio de Cultura y numerosas instituciones académicas y patrimoniales.
La candidatura no solo se apoya en la riqueza monumental del yacimiento, sino también en su valor universal excepcional: una ciudad que fue pionera en el urbanismo romano, que dio emperadores al mundo y cuya conservación permite leer la historia como si fuese un palimpsesto de piedra.
El expediente se acompaña de documentación rigurosa, planes de protección, estrategias de sostenibilidad y acciones de participación ciudadana. Es, en definitiva, una propuesta ejemplar.
Turismo cultural de excelencia
El nombramiento como Patrimonio Mundial supondría un salto cualitativo para Itálica. Su proyección internacional atraerá a un turismo de alto nivel, deseoso de conocer enclaves culturales en profundidad. Esto encaja perfectamente con la estrategia de turismo sostenible que impulsa Andalucía, basada en el respeto, la calidad y la autenticidad.
Ya existen proyectos para mejorar la experiencia del visitante: rutas arqueológicas inmersivas, señalética inteligente, espacios museográficos ampliados y colaboración con universidades extranjeras. Todo ello bajo una premisa: conservar sin fosilizar, proteger sin encerrar.
El porvenir de una ciudad inmortal
Itálica nos interpela porque encierra una paradoja sublime: es un lugar donde reina el silencio, pero sus piedras nos hablan. Nos recuerdan que la historia no es algo que ocurrió, sino algo que seguimos construyendo.
La entrada de Itálica en la Lista de Patrimonio Mundial no sería un premio a su pasado, sino una promesa para su futuro. Una promesa de que seguirá siendo fuente de conocimiento, de belleza y de asombro. Que seguirá iluminando —como lo hizo hace siglos— la idea misma de civilización.
Y tal vez, como Adriano soñó con una Roma eterna, nosotros podamos soñar con una Itálica inmortal.