Un palacio donde el arte se convierte en vida
En el distinguido barrio de Holland Park, entre embajadas, jardines privados y mansiones eduardianas, se alza un edificio que parece transportarnos a otro tiempo. No es un palacio árabe ni un templo veneciano, aunque combina lo mejor de ambos mundos. Se trata de Leighton House, la extraordinaria residencia que el pintor Frederic, Lord Leighton —uno de los grandes maestros del arte victoriano— concibió como su hogar, su estudio y su manifiesto estético.
Desde su reciente restauración, este museo londinense se ha transformado en un destino imprescindible para los amantes del arte, el diseño y la historia. Es, sin duda, uno de esos lugares donde el lujo se traduce en belleza intelectual y exquisitez visual.
De la visión de un artista al mito londinense
Frederic Leighton (1830-1896) fue más que un pintor: fue un símbolo de su tiempo. Presidente de la Royal Academy, cosmopolita, viajero incansable y amante de las culturas orientales, decidió construir una casa que reflejara su ideal de armonía entre arte y vida.
En 1864 adquirió un terreno en Holland Park Road y encargó el proyecto al arquitecto George Aitchison, quien materializó el sueño del artista: una residencia donde cada pared, cada arco y cada detalle decorativo respirara inspiración. De este modo, Leighton House nació no solo como un hogar, sino como una obra de arte total.
A lo largo de tres décadas, la casa fue transformándose. Cada viaje de Leighton a Italia, Grecia o el Medio Oriente traía nuevos materiales, mosaicos o cerámicas que encontraba fascinantes. Poco a poco, su morada se convirtió en un símbolo de sofisticación, conocida entre sus contemporáneos como “el Palacio del Arte”.
Un exterior discreto, un interior deslumbrante
A primera vista, el exterior de ladrillo rojo y piedra de Caen no anticipa el derroche estético que se esconde dentro. Pero basta cruzar el umbral para que el visitante se sumerja en un universo de color, textura y geometría.
El corazón de la casa es el Arab Hall, una estancia inspirada en los palacios islámicos de Damasco y Palermo. Bajo una cúpula dorada, las paredes lucen azulejos de más de mil años, traídos por Leighton desde sus viajes por Siria, Turquía y Persia. En el centro, una fuente murmura suavemente, llenando el aire de frescor y misterio oriental.
Más allá, la Silk Room, recubierta en sedas verdes, alberga pinturas de los amigos y colegas del artista: Millais, Watts o Sargent. Cada estancia, cada escalera, cada pasillo está pensado para provocar una sensación: la del asombro contenido, la del arte que envuelve y transforma.
Del hogar privado al museo público
Tras la muerte de Leighton en 1896, la colección del artista se dispersó en subastas. Sin embargo, su casa fue preservada gracias al impulso de la escritora Emilie Barrington, quien logró abrirla al público pocos años después.
Con el tiempo, el edificio pasó a manos del municipio de Kensington y Chelsea, que lo ha conservado como un museo-monumento dedicado al genio de su creador. En 1929 se añadió una galería complementaria, y en el siglo XX la casa fue reconocida oficialmente como una joya del patrimonio británico.
Restauración y renacimiento
Después de más de un siglo, Leighton House ha resurgido con una nueva luz. Tras una restauración valorada en más de nueve millones de libras, la casa reabrió sus puertas completamente renovada. El proyecto, llevado a cabo por BDP Architects, ha ampliado los espacios de exposición, añadido un elegante café y una tienda, y mejorado la accesibilidad con ascensores discretamente integrados.
Además, el museo se ha convertido en un escenario contemporáneo: la artista iraní Shahrzad Ghaffari pintó el mural “Oneness” en la nueva escalera de caracol, uniendo tradición y modernidad con una caligrafía fluida que parece bailar entre los muros.
Gracias a esta renovación, el museo ha duplicado su número de visitantes, atrayendo tanto a expertos como a amantes del arte y el diseño de interiores.
Una joya recuperada: el regreso de una obra perdida
Entre las noticias más emocionantes de los últimos meses se encuentra la recuperación de una pintura desaparecida hace más de un siglo: Bay of Cádiz, Moonlight. Se trata de la única obra conocida de Leighton en la que la luna ilumina el agua, una pieza de atmósfera casi mística.
Redescubierta tras décadas en paradero desconocido, la pintura ha regresado finalmente a la casa del artista, completando un círculo histórico y emocional. Este hallazgo, anunciado por la prensa británica en septiembre de 2024, ha devuelto a Leighton House una parte esencial de su alma.
La nueva era de Leighton House
La renovación no se detiene. En 2025, el museo inaugurará la exposición “Ghost Objects: Summoning Leighton’s Lost Collection”, donde la artista Annemarieke Kloosterhof recreará en papel escultórico piezas desaparecidas de la colección original. Más adelante, la muestra “Leighton and Landscape” explorará su relación con la naturaleza, revelando una faceta más íntima del pintor.
Estas exposiciones consolidan a Leighton House como un centro cultural dinámico, donde la historia se renueva sin perder su elegancia original.
El arte como estilo de vida
Visitar Leighton House no es solo recorrer un museo: es experimentar la sensibilidad de una época. Es comprender que, para Frederic Leighton, el arte no se colgaba en una pared: se habitaba.
Hoy, este santuario de la belleza victoriana se ofrece al mundo como una invitación al deleite visual y espiritual. En tiempos de velocidad y ruido, Leighton House propone una pausa. Un refugio donde el lujo no está en el exceso, sino en la contemplación.
								